martes, 3 de noviembre de 2009

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Edwin Castro Rodríguez


“Mañana, hijo mío, todo será distinto
Se marchará la angustia por la puerta del fondo
que han de cerrar por siempre las manos de hombres nuevos.
Reirá el campesino sobre la tierra suya, pequeña pero suya, florecida en los besos de su trabajo alegre.
No serán prostitutas las hijas del obrero, ni las del campesino.
Pan y vestido habrá de su trabajo honrado.
Se acabarán las lágrimas del hogar proletario.
Tú reirás contento, con la risa que llevan las vías asfaltadas, las aguas de los ríos, los caminos rurales.
Mañana, hijo mío, todo será distinto, sin látigo ni cárcel, ni bala de fusil que repriman la idea.
Caminarás por las calles de todas las ciudades,
en tus manos las manos de tus hijos, como yo no lo puedo hacer contigo.
No encerrará la cárcel tus años juveniles como encierran los míos,
ni morirás en el exilio, temblorosos los ojos, anhelando el paisaje de la patria, como murió mi padre.
Mañana, hijo mío, todo será distinto”.

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